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Fecha de caducidad


Esta semana decidí terminar una relación cuasi amorosa con un tipo que parecía al principio tan compatible conmigo y terminó fastidiandome enormemente. Más allá de la historia, que cabe aclarar, sí tuvo un significado muy importante, me pareció que la relación ya había llegado a su fin hace un par de meses antes pero algo me retuvo, incluso, con un cierto entusiasmo de enamorarme, porque sí, porque mi vida necesita intensidad y pasión, cosa que ya no tenía efecto en este “affaire”.


Lo curioso del quiebre en cuestión, es que a pesar de que soy una mujer propensa a dramatizar hasta el más ínfimo rompimiento de mi vida, terminé totalmente conforme. Complacida con todo lo que surgió, con momentos, detalles y atenciones proporcionadas. Pero me pregunté: ¿Por qué no estás sufriendo como en otros rompimientos amorosos? ¿Sin llorar, sin deprimirte, sin buscar una mínima posibilidad de postergar ese final?


Concluyo que siempre tuve presente que esa relación sólo tenía un destino y era el final inminente. Que no había más posibilidad, que era eso: un amorío con fecha de caducidad. Así que en lugar de angustiarme por ello, sólo me resigne a disfrutarlo todo el tiempo y resguardé mis sentimientos más impetuosos para otra ocasión. Funcionó.

¿Y si observara de ahora en adelante mis relaciones de esa manera? Probablemente habría más buenos recuerdos que “hijos de la chingada” en mis palabras. Tal vez menos desilusiones.


¿Y que tal si este sentimiento se convirtiera en universal? esa coniciencia y seguridad de que todas las relaciones están destinadas al fracaso. Creo que las relaciones que duran toda la vida o bastantes años ya han fracasado y lo que viven sólo es un eco de cuando todo era vivaz. Permanecen porque piensan que habrá un cambio simultaneo y no consideran, que el humano naturalmente conserva un carácter individual, que se tranforma individualmente con el tiempo, que es versátil, que tarde o temprano buscará otras formas de interacción, le nacerán nuevos intereses y no necesariamente van en sintonía con la pareja en turno.


Si cambiaramos ese chip mental- aceptaramos esa realidad- quizá aprenderíamos a disfrutar más las cosas importantes y sutiles de andar con alguien, vivirlo, no esforzarse en que las cosas duraran, en angustiarse por pensar en un futuro ideal. Dejarse llevar inteligentemente. Comprar el frasco que contiene el romance, a expensas de que el producto lleva consigo una fecha de caducidad, que si no lo consumes con intensión de disfrutarlo y quieres retenerlo porque “lo bueno viene más adelante” de igual forma se echará a perder y al final te sabrá rancio. Más vale comerse todo cuando está en su punto y llevarse siempre un buen sabor de boca. Dure lo que tenga que durar.

Ahora estoy convencida de que los malos términos en los que la mayoría de las relaciones terminan, más allá del dolor natural que esto causa, es por señalar al otro como el culpable de ese fracaso -aunque sea un triunfo paradojicamente al lograr vivir un amor, concretar experiencias- porque no nos cabe la idea de que entramos siendo unos, salimos siendo otros, comenzamos enamorados y terminamos consumidos en montones de momentos rutinarios y emocionalmente desgastados ¡Es culpa de la vida! ¡Así funciona!


De lo contrario, las despedidas – sin quitarle el dolor que esto conlleva- serían pacíficas, entendibles. Agradeceríamos todo (hasta con lagrimas en los ojos si es necesario) terminariamos extasiados y con ganas de ir a la tienda del romance a comprar aquello que nos haga falta.

Y

o no sé quien fue el genio que dijo que está comprobado (científicamente) que el amor tiene una duración de 3 años, pero hay que darle una medalla e impulsar una campaña más fuertecita para difundir su información. Yo no sé quien estableció (religiosamente) que las parejas debían durar toda una vida si estas se comprometiesen, o perseverar en una relación. Hay que castigarlo cambiando el paradigma: entrar a una aventura amorosa sin ideas preconcebidas sobre el tiempo y sobre la manera en que ésta se desarrolla, hagamos alusión a la frase trillada pero útil “todo lo que comienza tiene que acabar”.

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