¿Qué somos?
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Es todo menos breve, tampoco efímero como para creerlo interesante. Siempre esperaba un mensaje, siempre me sacaba una sonrisa, yo estaba más que rota, pero cuando uno está tan destruido una sonrisa es como una gota de agua en el desierto. Algunas veces olvidaba que mi corazón era menos que un cofre de cenizas.
No sé qué pasó o como llegue a semejante locura, sólo sé que lo que sucedía entre él y yo era un juego de alcoba, de ahí no salía, ni iba a salir. La primera vez que nos fundimos fue desastroso, claro, a cortesía mía, que no podía controlar la furia entre mis muslos. Ni siquiera lo recuerdo bien.
Pero la segunda fue más clara, cuando los ojos me traicionaron, y él aunque inmaduro, no era idiota, ese abrazo me delató, lo abracé como amantes de aeropuerto, como cuando alguien se va para no regresar, como cuando abracé aquel amor por última vez en la cama que compartimos durante años, esa misma cama en la que ahora abrazaba a no sé quién, porque era la segunda vez que lo veía.
No puedo resumir la cantidad de idioteces que hicimos para escaparnos de esas cosas que nos ataban a los dos, demonios o personas, pero algo nos ataba a los dos, que sólo podíamos ser en la madrugada, rara vez por las tardes, aunque por la tarde nos faltaba la ebriedad, no sé si de alcohol o de locura, que sé yo. Siempre teníamos miedo, tal vez de perder el control un poco más, alguna vez me dijo que teníamos que parar, que alguien tenía que pararlo, pero tampoco queríamos hacerlo y mientras más pasaba el tiempo más intentábamos ignorarnos, también me sermoneaba como si eso fuera evitar el deseo entre los dos.
Sabía leerme bien, habilidad extraña tratándose de alguien a quien conoces tan poco, también sabía ponerme las palabras exactas en los oídos, justo cuando las necesitaba, aunque con un temor atroz. Ojalá no me hubiera dicho tanto, pues reconozco haberme perdido en su pecho más de una vez, sobre todo después de escuchar un te quiero mientras le mordía el cuello y él me arrancaba lo único que llevaba puesto, yo me quede callada, contemplando su boca que no se casaba de halagarme, no creí prudente decirle que yo también, pues me miraba como si estuviera inerme de mí, como si fuera a devorarle el corazón.
Pero ahí estábamos,cada quien en su mundo, de noche, siempre de noche, vomitando palabras con mensajes burdos, culposos, reproches, por no habernos encontrado antes o después, porque ninguno podía o quería moverse, porque era muy complicado decir te quiero. Y al otro día nos ignorábamos otra vez, o me dejaba plantada, con el amor en los labios, nos pedíamos disculpas por habernos deseado tanto la noche anterior, sólo un imbécil se disculpa por sus instintos.
Ahora que estoy menos ciega tampoco me explico semejante juego, como llega uno a tanta confusión, seguramente por las palabras que nos regalamos mientras nos comíamos a besos, por la ausencia de control de su parte cuando me veía en ropa interior, con la voracidad con la que yo siempre mordía sus labios, o porque nos bastaba mirarnos para estar desnudos.
Siempre nos preguntamos lo mismo, a cada madrugada que uno tiene el valor de escribirle al otro, ¿por qué? ¿para qué?, nunca nos contestamos nada, porque estamos más preocupados por evadir lo que en realidad pasa ,siempre me pregunta lo mismo, ¿qué es esto? siempre le contesto lo mismo, no sé.