El amor muerde
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Tal vez no debería escribir sobre amor, seguramente un imbécil que me doble la edad me diría “tú, qué sabes de amor si sólo tienes 27 años”, la realidad es que nadie sabe de amor, todos lo vivimos distinto, lo único que sé es que es para los valientes, porque cuando se acerca su inminente final duele más que una patada en el culo. Y es que nos aferramos a lo infinito, a la idea absurda de pensar que todo es eterno, incluso los sentimientos, de todo queremos garantía, sobretodo de ese sentimiento insoportable que creemos nos duele en ese músculo que tenemos en el pecho, pero en realidad nos pesa en el cerebro, porque nos pesa en los recuerdos, en lo olores, en los muebles, en los cuadros, en las fotografías que pensamos juntos.
El otro día le dije a una amiga que tuviera cuidado con un tipo, ella me contestó, “NO”, no voy a tener cuidado, voy a vivir. Lo sentí como un jab justo en la quijada, como un aire de realidad, en mi cabeza algo me decía: los perros muerden, y el miedo también, por eso uno se aleja cuando pasa por uno muy bravo.
Son innumerables las veces que me he preguntado por qué le regalé todas mis canciones a esa persona con la que pensé amanecer todos los días, todavía me reprocho haberle cantado mi poema favorito de Cortázar, hubiese querido dárselo a alguien que si me amara, pero resulta que no lo puedo cambiar, nadie me va devolver las palabras, que el pasado no existe. Existió.
Hoy me levanté con la certeza de que también soy una imbécil moderna, que nada que haya pasado se puede cambiar, que pareciera que olvidé ese vitalismo que defendí durante años. Como si no supiera que todo es finito, como si no lo llevara grabado en la piel.
Y así andaré caminando pavorosa, porque violentarse amando es la única forma sensata de vivir en paz.
Besos.